Tus dedos abrigan esta piel
descosida siempre de anhelos,
del perfume de tus ansias,
de mi deseo perpetuo.
Se me erizan los latidos
hambrientos por tus huesos,
y voy sintiendo entre mis manos
todo el vibrar de tu cuerpo.
Se me erizan soledades
a tu lado aprehendidas,
cuando recorres mi piel
limosnera de caricias.
Y el arqueo de mi espalda
que me rompe esta espina,
que me rompe en dos mitades
en explosión de sacudidas,
sintiendo todo tu cuerpo
como enciende esa cerilla,
que a la pasión nos llama,
y nos quema a llama viva.